Por Michelle Alexandra Chalico, alumna de Creación Literaria, UACM SLT. @michelleachf
Si
por mí fuera no me volvería a subir al transporte público, no lo
haría por todas las cosas que se ven. En los camiones, por ejemplo,
he visto ya tantas formas de discriminación que éstas me parecen
incontables; hace poco vi a un hombre que cargaba a una bebé, y
nadie le cedió el lugar. No pude evitar preguntarme si para que te
dejen sentarte necesitas ser mujer, estar embarazada o tener más de
setenta años.
Indignada,
recordé todas las veces en las que me he subido al transporte
público y he estado frente a algo similar; al menos a mí, ya me
tocó ver gente a la que se le ve en la cara el sufrimiento y el
cansancio por el que pasan y sólo por no ser mujeres o por no ser
ancianos no les dan el lugar. La mayoría de las veces que lo vi, yo
fui la única que se levantó siendo que muchos se bajaban antes que
yo; pero esta vez, cuando vi al hombre con la niña en brazos, no me
paré. Luego me sentí mal por mí y por todos los que iban y
entonces prometí no volver a hacerlo porque no quiero contradecirme
haciendo las cosas de las que me quejo.
Otra
situación muy desagradable es cuando las mujeres somos vistas como
objetos, y si por mí fuera les diría a todos esos hombres que
acosan sexualmente a una mujer en el transporte y fura de él que por
favor, ¡por favor!, se pongan en nuestro lugar. No es nada agradable
tener que estarnos cuidando todo el tiempo porque ustedes no son
capaces de respetarnos.
Si
por mí fuera, el respeto sería primordial y antes que cualquier
otra cosa en las casas y escuelas se enseñaría a respetar; pero se
enseñaría bien y no nada más con palabras. Eso lo digo porque
aunque hay que reconocer que mucha gente en el mundo es un ejemplo a
seguir en ese sentido, otra no lo es tanto.
No
nos vayamos tan lejos: las redes sociales son el mejor ejemplo de que
lo que manifiesto en el párrafo anterior es cierto. Basta con
observar cómo se comportan algunos usuarios ante las publicaciones
que hablan sobre religiones o costumbres que ellos no apoyan, su
reacción es agresiva o burlona y por ende, irrespetuosa. Hace unas
horas un usuario de las redes sociales preguntaba a un grupo de
personas por qué se habían indignado cuando publicó algo sobre
religión, muchos le respondieron con ofensas; yo sólo le dije algo
de lo que no me arrepiento: que lo que hacía falta era respeto y que
yo soy creyente pero eso no me da derecho de joder u ofender a los
que no lo son y que por eso lo mejor que podía hacer, lo que
demuestra más educación, es simplemente no comentar publicaciones
que no apoyo o que no me incumben. Si estuviera en el caso contrario
al de ser creyente, pensaría que tampoco puedo molestar a quienes sí
creen. Es una cuestión de respeto más que de cualquier otra cosa.
Y
así es con todo, yo no me meto con quienes hacen cosas que no
apruebo; no lo hago porque es su vida y no la mía y yo tengo que
estar más ocupada viendo mis propios defectos que los que los demás
tengan ante mis ojos. Si por mí fuera, haría que todos entendieran
y aceptaran eso: que para criticar a alguien por no ser perfecto para
ellos, primero tienen que asegurarse de serlo.
La
mayoría de las personas que pierden el tiempo criticando, son
infelices con ellos mismos; eso está claro. Esto es un gran
problema, es más esto tiene la culpa de que estemos como estamos. Si
la gente fuera feliz con lo que es y no sintiera que puede juzgar a
todos a causa de su propia infelicidad, tendríamos un progreso.
Como
verán, hoy estoy enojada y eso es porque me cansé de la situación
a la que me enfrento diario: la discriminación ya sea por religión,
por ser mujer, por ser estudiante...En fin, por muchas cosas. Algunas
veces me pregunto si de verdad es tan difícil respetar a los demás,
y otras veces me pregunto si es imposible y siempre espero que
no lo sea.
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