Por Juan Pablo García Cisneros, estudiante de la Lic. en Comunicación y Cultura, UACM
En estos tiempos todo es dinero, claridad, positivismo, frenesí por ir hacia delante rompiendo barreras creadas por nosotros mismos; son tiempos en los cuales somos capaces de aclarar que “el otro” es sólo un objeto para fijar poder, para despreciarlo, esclavizarlo y destruirlo.
Son tiempos tan remotos que nos reducimos solos, que nos gastamos, nos acabamos, nos congelamos unos a otros. Pretendemos ser algo mejor, no importa por quien pasemos, a quien derribemos, sólo importa la inmediatez, lo instantáneo.
En la década de los noventas la sociedad se percibe a sí misma como una procreación diseñada para devastar a la naturaleza, todo aquel conocimiento adquirido a través de los tiempos se emplea para apoderarse de las mentes; los sentimientos son degradados, sentimos amor por un artefacto inanimado, nos reflejamos con nuestra ropa de “marca”, con nuestras “ondas” musicales, con la inexorable manera de actuar como ser humano.
Esto sin lugar a dudas es una obra del sistema en el cual estamos inmersos y al cual “tenemos” que adaptarnos. La generación “Y”, como se le conoce a está,[1] ha observado paralelamente a su crecimiento biológico, el desarrollo de las nuevas tecnologías, las nuevas comunicaciones han tomado por asalto las vidas de los jóvenes del siglo XXI, somos “generación Internet”, “generación Atari”, “generación Maruchan”, todo debe ser a la velocidad de la luz. No hay tiempo para pensar en nosotros mismos, no hay cabida para analizar los errores del pasado, los conflictos del presente y aun menos, la esperanza del futuro. Cuando creemos tener el conocimiento y la responsabilidad para manejar nuestras vidas por un terreno verdaderamente humano, nos ataca la idea del progreso, progreso entendido como entrega caótica y voraz de adquirir componentes para construir una vida llena fastos inútiles.
Estamos sin lugar a dudas en el mundo “maravilloso” de la intolerancia, de la irresponsabilidad, en la calle hay violencia, genocidio, los que nos deberían cuidar y mantenernos estables, nos hacen la guerra, nos provocan para hacer guerra, nos moldean para “aprender”; estamos sin duda en el mundo negro de las persecuciones, de lo irreal, de lo virtual, dentro del terreno del dinero, este y solo este, es responsable de la indigna vida en la que nos dispone, o ¿Nos disponemos a vivir?.
La economía, hija prodiga del capitalismo, se establece como la principal causa de mantener a mas de 100, 000,000 hombres y mujeres, mujeres y hombres, en condiciones no deseables para nadie, desde él que no goza televisión, hasta él que vive para ella. Para el capitalismo no hay límites, no hay fronteras, todo es global, globalización comprendida como medio enriquecedor de unos cuantos, la interculturalidad que emplean en sus discursos económicos-retóricos no existe, no es tangible, no es visible.
Es evidente que el desasosiego que vivimos dentro de este sistema tan complejo vaya destruyendo las ideas de libertad. Dentro de este conjunto de reglas y acciones que decreta el estado globalizador-neoliberal se encuentran seres capaces de cambiar el gran problema, hombres decididos a luchar, mujeres emprendedoras del pensamiento libertario, capsulas listas para defender lo que nos pertenece a todos y no nada mas a un sequito de hombres y mujeres rapaces, cobardes e inhumanos.
[1] La "Generación Y" agrupa a las personas que nacieron entre 1981 a 2000 en Latinoamérica, se supone es la sucesora la generación X.
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